OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

POLITICA ESPAÑOLA*

 

Después de dos años de dictadura militar, conviene echar una ojeada a la política españo la. Las cosas en España no están siquiera come prima, meglio de prima, cual en la comedia de Pirandello. Están, más bien, como antes, peor que antes. ¿Qué ha hecho en dos años el tartarinesco general Primo de Rivera? Cuando en setiembre de 1923 inauguró su gobierno, prometió poner a España como nueva en un trimestre. Más tarde, pidió para cumplir esta promesa el plazo de un año. El primer trimestre apenas si le sirvió para enterarse de que existía don Miguel de Unamuno. Ninguna de las promesas de Primo de Rivera era, por supuesto, digna de ser tomada en cuenta. Pero una de ellas, por ser la única que podía ser cumplida, produjo cierta complacencia en los optimistas a ultranza: la de que el experimento militar sería breve. El gobierno de Primo de Rivera se anunciaba como un gobierno transitorio. Primo de Rivera entre sus inauditas fanfarronadas no tenía la de sentirse con derecho a conservar el poder. Ofrecía resignarlo, lo más pronto posible, en más expertas manos.

Esta es una de las cosas en que la historia del golpe de estado de los generales españoles se diferenciaba netamente de la historia del golpe de estado de los fasci italianos. El fascismo, desde que conquistó el poder, declaró su intención de mantenerse en él a todo costo. La marcha sobre Roma, según sus proclamas, abría

una era fascista. Mussolini, en el más modesto de los casos, tendría la función y la duración de un Bismark. Los generales "casineros", como los llama Unamuno, no pudieron, —más por "casineros" que por generales—, emplear el mismo lenguaje ni instalarse en el gobierno con el mismo título. Al principio, se creyeron obligados hasta a dar algunas excusas.

Pero, poco a poco, Primo de Rivera ha cambiado de tono y de gesto. Dos años de dictadura interina no han sido bastante, sino para una cosa: para persuadirlo de que la dictadura puede durar un poco más. En dos años, Primo de Rivera, si no ha encontrado ninguna solución para los problemas de España, ha descubierto su propia capacidad. Nadie podrá decir que el pintoresco marqués de la Estrella ha perdido su tiempo en el gobierno.

Hoy Primo de Rivera tiene una idea más absurda que nunca de sí mismo; pero tiene en cambio, una idea más razonable que antes del tiempo. Ya no da plazos de un trimestre ni de un año. Lo que desgraciadamente quiere decir que su ambición ha aumentado. Antes se imaginaba jugar, por sólo un instante, el papel de taumaturgo. Ahora pretende jugar, por toda la vida, el papel de un estadista.

El problema político de España no se ha simplificado ni se ha complicado con este cambio que, en realidad, no es un cambio. Como no lo es tampoco el reemplazo del directorio de generales por el ministerio de la Unión Patriótica. La dictadura sigue siendo en España, una dictadura militar. Basta saber que Primo de Rivera es el jefe y que a su lado está el "siniestro" Martínez Anido, para comprender que la dictadura de hoy es sustancialmente la misma de ayer. La presencia de gente civil en el gobierno no significa nada. Quienes dan el tono al régimen son, igual que antes, y más que antes, Primo de Rivera y Martínez Anido.

La política que quiera o pueda desenvolver este gobierno carece en sí de todo interés histórico. La Unión Patriótica no es un partido ni es un movimiento. Los residuos espirituales y mentales del tradicionalismo de Vásquez de Mella o del conservadorismo de Maura son absolutamente impotentes para constituir la base programática o doctrinal de un gobierno. Sin el sable de Primo de Rivera, la Unión Patriótica no existiría como facción o fuerza gubernamental.

Mas, independientemente de su voluntad y de su fraseología, esta dictadura tiene en la historia española una función de la cual es imposible no interesarse. Una función, naturalmente, muy distinta y muy contraria a la que Primo de Rivera y sus secuaces pretenden llenar. La dictadura está liquidando el equívoco o la ficción de la democracia en España. Y, por tanto, está liquidando a los viejos partidos. Estos partidos, que tan medrosa y claudicantemente se han comportado ante el Directorio, han perdido para siempre el derecho de invocar sus ancianos principios. Su abdicación es su muerte. El pueblo español tiene que mirar con desprecio un liberalismo y un democratismo que no han sabido denunciar la traición de la monarquía a la Constitución.

Bajo la dictadura dé Primo de Rivera, se elabora en España una nueva consciencia pública. Los hombres comienzan a darse cuenta del vacío de algunas imponentes palabras: Democracia, Libertad, Constitución, etc. El catedrático Jiménez de Asúa, en un artículo reciente, publicado en la prensa argentina, proclama la falencia moral de la monarquía española. Preconiza, como única solución posible de la crisis precipitada por el golpe de estado militar, la organización de una república de bases socialistas. Este no habría sido, sin duda, hace algunos años, el lenguaje de los elementos reformistas. Primo de Rivera los obliga ahora a sacrificar toda reserva acerca del régimen.

La historia está deshaciendo las ilusiones sobrevivientes. En España, como en Italia —y salvadas las diferencias y las distancias— la dictadura se consolida, la reacción se burocratiza. La resistencia de los que se le oponen en el nombre de la constitución y de la libertad resulta absolutamente estéril e inepta. Esta realidad puede parecerles a los hombres un poco dura. Pero tiene que tornarlos, poco a poco, más realistas. Que es lo que hace falta para ver claro en el fondo de los hechos y de las ideologías. Y para encontrar la fórmula de un realismo idealista o de un idealismo realista de la cual pueda salir un régimen nuevo.

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Varledades, Lima, 26 de Diciembre de 1925.